Estuve viendo El reino, la peli de Sorogoyen. Va sobre la corrupción política en la España de los últimos años. Pero más que intentar explicarnos la mecánica del fenómeno, lo que pretende es profundizar en la descripción psicológica del corrupto: cómo es el corrupto, cómo se comporta: lo que puede ser capaz de hacer para vengarse de sus antiguos amigotes cuando el partido le da la espalda. ¿Me gustó? Sí, me gustó. Está bien hecha, bastante contenida. Y las interpretaciones resultan creíbles: ves la sensación de impunidad, ves la arrogancia extrema, ves la fiereza. No son solo pijos: son hienas. Eso es lo que ves (por si hasta ahora te habías permitido no verlo). Últimamente se hace mucho cine político y creo que es una buena señal. En el mismo festival de San Sebastián recientemente clausurado se han podido ver una gran cantidad de obras con un claro propósito de denuncia y reivindicación social, procedentes de todos los rincones del mundo. Y yo me pregunto: ¿Sirven para algo? No lo sé. Me gusta creer que sí y trato de convencerme a mí mismo de que está pasando algo en el mundo de la cultura en general: una toma de conciencia, una actitud menos escapista. Sin embargo, no olfateo en el aire ningún tipo de entusiasmo ni esperanza colectiva ahora mismo. Y no me refiero solo a España, sino a Europa y a todo el mundo. ¿Entusiasmo? Todo lo contrario. Huelo a miedo, huelo a fascismo (siempre van juntos). Ya salió el lunes la tiburona del FMI enseñando sus tres filas de dientes. Por una parte, sí, veo que los jóvenes están cada vez mejor formados y son más creativos y más críticos. Pero, por otra, me da la sensación de que el mundo se endurece y se crispa aferrado a una locura economicista desbocada que ya nadie sabe ni puede parar. Claro que, a lo mejor soy yo el que delira (tampoco me extrañaría) y todo va fetén.