En Times Square un equipo de cien personas coordinadas como marines cercando al enemigo número 1 lanzó 1.360 kilos de confeti siguiendo técnicas propias de la ingeniería aérea para inaugurar el año. Nadie murió aplastado. Ni por el papel ni por la alegría ajena. Había un millón de personas en esa plaza. Es un milagro. La resaca habrá durado hasta ayer, como la de las piezas de Tetris, amazonas intrépidas a lomos de osos pardos y otros personajes que invadieron Pamplona en las primeras horas nocturnas y diurnas de 2019. Aquí, en Nueva York y en Cenicero siempre está la sensación de que todo se extrema en Nochevieja, los deseos son más intensos, la amistad, más mágica, y las discusiones sin sentido, más lerdas. Cuesta conciliar la exageración implícita en La Última Noche del año con la rutina que reinstaura la vuelta al trabajo el día 2. Me he encontrado con un artículo en el New York Times (por eso sé lo del confeti) de una asesora de gestión del tiempo, ese tipo de persona que asegura que tus horas se pueden invertir como si fueran euros, algo bastante críptico para ese otro tipo de personas que no siempre administramos con rentabilidad las 24 horas. Elizabeth Grace Saunders afirma que nuestro balance entre vida laboral y personal depende del tipo de apego que hayamos desarrollado hacia nuestro trabajo. “Ansioso preocupado”, “desdeñoso evasivo”, “temeroso evasivo” y “seguro”. Intuiréis cuál es el sano. Los demás van de necesitar que todo fluya sin complicaciones, creerte más inteligente que los demás o ser tan incapaz de actuar y resolver que te pasas el día ordenando la mesa de la oficina. Valorando todo esto entiendes mejor al chaval que el otro día, quizá un poco convencido por el alcohol, no quería salir del Arga cuando la Policía fue a sacarlo. Normal.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
