Como tantos otros, he perdido la esperanza de salir en breve, incluso a medio plazo, de la espiral de contagios, restricciones y excepcionalidades a la que nos ha llevado esta pandemia galopante. Vamos directos al agujero y quizás por ello me ha dado por buscar algo bueno que se derive de la covid. Puede parecer un ejercicio estúpido e insultante, lo sé, pero piensa que te piensa, imagino que están de enhorabuena aquellos que claman por un Casco Viejo pamplonés tranquilo y sin ruidos. Pasearse estos días por el barrio después de las 10 de la noche, es hacerlo por una ciudad fantasma por cuyas calles sólo rondan vehículos policiales. Segunda ventaja: muchos padres, no todos, se muestran encantados con la obligatoria jornada continua de sus chiquillos en escuelas y colegios y esta solución, que también gusta a los críos, podría haber llegado para quedarse. Sigo estrujándome el cerebro y ahora recuerdo haber leído que los delitos sexuales descendieron el pasado verano en Navarra un 43%, lógicamente, por las cortapisas impuestas. Y ya, no se me ocurren más argumentos. Al otro lado de la balanza están la muerte y la enfermedad, la crisis y el desgarro social, el miedo, la soledad y la falta de libertad. Ni siquiera Olentzero y los Reyes Magos pueden pasearse este año entre nosotros.