e escucha un disparo. Una mujer con una bandera de barras y estrellas atada al cuello como una capa flamígera se desploma. La capa no le ha dado la inmortalidad ni otros superpoderes. Pero ella debía de creer que sí, como los restantes cientos o miles de personas que han asaltado el Capitolio de Washington este miércoles. Cuesta entender cómo han podido hacerlo. No ya cómo se les ha ocurrido, sino cómo lo han hecho efectivo en el epicentro político de Estados Unidos, donde la videovigilancia de cada edificio oficial suma más cámaras que una final de la Champions y el sistema de seguridad se presupone blindado. Cuatro muertos, catorce policías heridos, cócteles molotov y bombas caseras. Trump tardó una hora en pedir a sus chicos que se replegaran, que la turba armada a la que había incendiado esa misma mañana se apagara. Despliegue de la Guardia Nacional, francotiradores, toque de queda, declaración de Emergencia Pública en la capital de Estados Unidos por 15 días. Insurrección. Autogolpe. Nunca se había visto algo así, insisten los medios. Revueltas y ocupaciones de los símbolos políticos de un país ha habido y habrá, desde la izquierda, desde la ultraderecha. Pero cuesta encontrar casos de negación de la realidad tan flagrantes y tan peligrosos. Incapaz de aceptar que alguien, en este caso Biden, le haya arrebatado hace dos meses la presidencia de un país que considera y trata como a una de sus empresas. Trump lleva desde entonces acumulando dinamita en su almacén de Twitter. Para lanzar la cerilla encendida ha elegido el momento aplicando el sentido del espectáculo. La confirmación de votos en el Congreso que da paso a la ratificación del candidato elegido. El otro. Trump es refractario a la realidad. Porque no la acepta, porque no es capaz de afrontarla, porque en última instancia sabe que no la puede cambiar y sólo le queda revolverse como una bestia herida. Lleva cuatro años de presidencia construyendo un endeble castillo dialéctico y consiguiendo que millones de personas lo perciban como una fortaleza. Hasta el 20 de enero en que tendrán que entrar los marines a la Casablanca para sacarlo de allí y facilitar la entrada a Biden aún puede detonar otros episodios que hagan historia.