Cualquier normativa que vaya encaminada a reducir el tráfico en las ciudades, a disminuir la velocidad, a minimizar el riesgo que sufrimos los peatones al tener que convivir con máquinas insensibles y potencialmente asesinas y a descender los altos niveles de contaminación que siguen emitiendo los vehículos será bienvenida. Con sus defectos y sus lagunas, seguro que la nueva ordenanza de tráfico que ha preparado el Ayuntamiento de Pamplona ofrecerá mejores escenarios que los actuales para los seres humanos que habitamos la ciudad, una ciudad que en los últimos 20 años ha visto cómo se incrementaba casi un 90% el parque de automóviles y motos y el espacio común dedicado al efecto. Usted no fume pero tráguese toda esta mierda, que esto es el progreso. Dicho eso, la base real de todos estos cambios, restricciones, normas y señalizaciones no valdrá un carajo si no se hace cumplir de una manera clara, efectiva, regular y proporcionada, para empezar. Y tampoco servirá de mucho, o no todo lo que tendría que servir, si no se produce un cambio de mentalidad y de cultura en los conductores y conductoras -los peatones también tenemos que poner de nuestra parte, lo sé, pero recuerdo que los peatones no matamos ni herimos-, elevados durante décadas a la categoría de dueños y señores del continuo urbano y a los que parece que las limitaciones supongan una afrenta personal. A algunos, claro. Oigan, no, esto es un territorio común y su fluidez es menos importante que la vida. Es importante, de acuerdo, pero mucho menos que otras cuestiones. Esto se ha olvidado durante muchísimos años y ponerlo en primer plano parece que hace chirriar muchos engranajes mentales -la manida frase que dijo Maya de todos somos peatones y conductores y no, todos somos peatones, conductores sois algunos y algunos muy malos y peligrosos-, pero espero que sea un punto de no retorno.