No sé muy bien qué relación con la televisión española actual tienen las millones de personas que se han quejado de la cobertura que en determinadas cadenas se ha dado de la tragedia de Julen, porque el nivel de varios programas es así de abyecto hace muchos años y el papel periodístico de las cadenas es en varias de ellas testimonial, convertidas en platós de tertulias políticas, temas sociales-macabros, corazón, bronca en general y, sí, informativos pero con una casi nula profundidad analítica. Lo que ha sucedido con Julen no es nada que se salga de ese esquema en el que ya llevamos mucho y que también se contagia a cierta prensa amarillista. Pero, en general, durante y pasada la tragedia, se ha podido leer información muy buena, respetuosa y profesional, como siempre por otra parte. Ya digo que cadenas sin escrúpulos, editores sin vergüenza y periodistas carroñeros los hay, los hubo y los habrá, pero también muchos que son todo lo contrario. ¿Soluciones a estas cosas? Bueno, como son cosas que no están en nuestra mano, la poca acción que uno puede poner en marcha en momentos así es no poner esas televisiones. Es poco, pero es lo correcto. Si te quejas del olor a mierda que echa el contenedor pero te asomas a él cada cinco minutos no tienes mucha capacidad de cambiar nada y sí una hipocresía épica. Si no las pones, tampoco va a pasar nada especial, lo más posible, pero al menos no has colaborado con el show. Es obvio que en situaciones así, que afectan a todas las fibras que tenemos los seres humanos, cualquier raya que se cruce nos parece imperdonable. Y lo es, claro. Pero esta es la sociedad que entre todos hemos ido construyendo, porque si nos parece televisable saber a quién se calza mengano en Marbella y hurgar en eso cómo no nos va a parecer televisable entrevistar a una madre devastada y hurgar en eso. Ya no distinguimos unos límites de otros.