No sé, luego vienen las lamentaciones, pero mañana es probable que se celebre una prueba deportiva en mitad de las Bardenas Reales, a la hora en la que supuestamente caiga fuego y furia sobre los participantes. Entiendo perfectamente a los organizadores, que llevan un año trabajando en el evento, pero creo que hay situaciones en las cuales es más valiente tragarse el sapo y suspender la prueba. Desgracias te pueden ocurrir también a 25 grados o a 20 o a 32, pero a 40o es ya directamente tentar a la suerte y ponerse chulo delante de ella. Por supuesto, la responsabilidad máxima será y es de los participantes, de aquellos que hagan caso omiso del sentido común y estén dispuestos a afrontar un asunto semejante en mitad de una canícula y un escenario semi infernales, pero a muchas personas pedirles algo de sensatez cuando de la práctica deportiva se trata no es sencillo. Vi el jueves por la tarde a uno corriendo como un cosaco cuando caían 38 grados a bloque sobre su cabeza. Era un runner de estos, de los que hará las medias maratones a 4 y pico el kilómetro, no era Javier Nagore preparando algún mitin para volver a batir el récord navarro de 5.000. Era, con todos los respetos, un matao, que se estaba jugando el tipo a las 5 de la tarde a pleno sol y a 38 grados a la sombra. Bueno, tiene que haber gente así, por pura estadística. Pero lo de mañana es otra cosa, es una prueba oficial y en mitad de un lugar casi desértico. No hay, al parecer, legislación ni deportiva ni institucional que pueda prohibir que se lleven a cabo pruebas de esta clase cuando las condiciones climáticas así lo aconsejan, pero no estaría de más que las hubiera. Al menos para, como ocurre con muchos aspectos de la vida en los que la administración se mete se supone que por nuestra salud, se protegiera la integridad de quienes no consideran adecuado protegerse a sí mismos.