Escribí hace años que lo de los homenajes a víctimas de ETA siendo algo comprensible y a respetar se había convertido en un desfile permanente de políticos con más intereses que el de mostrar su cariño a las familias y que cuando a algo apriorísticamente humano y sereno se le añadían políticos y prensa en ocasiones la mezcla acababa siendo un desastre. El otro día la viuda del guardia civil Juan Carlos Beiro, asesinado en Leitza, no quiso dar la mano a la presidenta Chivite -en su derecho está de no darle la mano, faltaría- y además comentó que gobernaba “con etarras” y que no había ido al acto “de corazón”. Su dolor es muy respetable, pero ya se ha insistido en que la condición de víctima no es un visado para decir lo que te dé la gana, o al menos si se hace, que es muy libre de hacerlo, también para que te digan que mientes -Chivite no gobierna con etarras, los etarras están en la cárcel la mayoría y el resto ya han cumplido sus condenas- y que mejor es no valorar el corazón ajeno, porque se corre el serio riesgo de mostrar el propio. Ya digo que todo el respeto y apoyo del mundo a la viuda de un vilmente asesinado por la banda mafiosa, pero poco a algunas de sus palabras, tan libres de ser dichas como susceptibles de ser criticadas. Está muy bien que quien sea deteste este gobierno o el anterior, pero las manifestaciones también tienen límites y si se sobrepasan pues te pueden contestar. En todo caso, suerte tiene Rama de poder no saludar a la presidenta de Navarra, que fue al acto de homenaje a su marido. Los familiares de Mikel Zabalza y algunos más jamás pudieron hacer eso -tampoco lo habrían hecho, creo- con los gobernantes de la derecha navarra o socialistas, porque estos jamás han ido a actos por su recuerdo cuando gobernaban Navarra y las propias estructuras del estado asesinaban y torturaban personas. Ese dolor ajeno les resultaba muy ajeno, parece.