No sé ustedes, pero tengo la sensación de que estoy excesivamente inmerso en el mundo, en la actualidad, en lo que pasa o nos cuentan, y, al mismo tiempo, completamente fuera de él, a miles de kilómetros, ausente y, para rematar, bastante apático, como si estuviese todo el rato mirando una pantalla en la que continuamente emiten imágenes que entran por la izquierda a toda velocidad y salen por la derecha, de las que me quedo con algunas pero no por una elección personal consciente sino por puro azar. Estoy, por decirlo de algún modo, cuando más informado de mi vida y a la vez más desconectado. Quizá tenga que ver también con esa desconexión el hecho de que muchas de las tendencias sociales actuales o no las comprendo o no me interesan o me basta con lo que me queda por descubrir de lo que ya es pasado, incluso la antigüedad. Le leí hace unas semanas a un antiguo crítico musical que él no tiene tiempo de oír música de ahora, que aún anda revisando a fondo 1973. Un poco así me pasa a mí. Pero en general. Tengo una televisión que guarda en su interior cientos de películas y documentales, pero no la pongo apenas, mientras que puedo pasar horas buscando vídeos antiguos en los que veo a Ullrich destrozar el pelotón en Arcalís o a Coe batir el récord de los 1.000 metros. Y soy feliz, joder, vaya que sí, husmeando mis taricas. Si me preguntan un solo artista actual que esté entre los 10 primeros de la lista equis no me sé ninguno, apenas ni un solo escritor o escritora, de películas ni les cuento, pero sin embargo me siento apegado a la tierra más que cuando estaba al loro de todo eso y hasta disfruto más. Es extraño, lo reconozco, pero seguro que les pasa a muchos de ustedes. También me pasa que creo que hay muchas cosas de moda a la vez, cientos, miles. Y mi cabeza las mezcla con las modas anteriores. No tengo ni puta idea de en qué mundo vivo. Pero me gusta.