Es desolador pasear por la orilla del Arga esta semana. La crecida de hace 8 días ha dejado miles de plásticos, hierros, telas, aparejos y restos esparcidos a ambos lados, muchos de ellos agarrados a los árboles y a la maleza, ofreciendo una imagen de suciedad y de contaminación que resulta y que es muy deprimente. La gente es muy cerda. Suelo utilizar el plural y por tanto incluirme cuando de defectos se trata, pero en este caso no lo pienso hacer: no tiro un envoltorio de caramelo al suelo desde el 83. Pero la gente, mucha, es muy sucia, increíblemente sucia, lo que hace que cualquier zona pueda llegar a convertirse en un vertedero a nada que no se le preste atención en unas semanas. Pasa con las orillas de los ríos, pero también con las eras no urbanizadas, los solares o las pequeñas colinas y ripas de la ciudad, que acaban siendo un almacén de plásticos y envases de todo tipo. El viento de estos días pasados no ha hecho sino agravar el cuadro, ante lo que es ya uno de los retos medioambientales que tenemos hace tiempo y al que hay que dar cara: los humanos. Porque el problema no son las bolsas de plástico, que lógicamente si se prohíben o se dejan de dar mejorarán algo la situación, sino lo cerdo que es el personal. Tú puedes prohibir las bolsas, pero si se siguen lanzando bolsas de aperitivos, latas, bricks, toda clase de papeles, vidrios, etc, etc, etc, no hay nada que hacer. Hay en la ladera de Beloso, por ejemplo, en la zona del puente viejo de Burlada, unas huertas cochambrosas a 1 metro y medio del cauce del río, que cada vez que se inundan sueltan mierda a espuertas vía plásticos y demás. Y esto con la aquiescencia pública. Es solo un ejemplo, porque lo grave de verdad sigue siendo el nulo respeto de algunos para con la naturaleza. La educación, muy bien, bienvenida, pero quizá multas de cientos de euros ayudarían un poco. No comprendemos otro lenguaje.