Una vez estuve en un entierro en el que, no miento, estábamos 8 o 10 personas. Fue aquí, en Pamplona, y una de esas personas era el viudo de la mujer que acababa de fallecer.

No recuerdo de memoria un momento en el cual haya sentido más intensamente una mezcla de tristeza y soledad. Por aquellas personas, la que se había ido, y la que se quedaba. Eran personas mayores, que no habían tenido hijos, con apenas familia y con una vida social muy limitada. El caso es que, por unas cuantas conjunciones de motivos, solo 8 o 10 nos juntamos allá para dar el último adiós a una de ellas.

Me acuerdo de ellos y se me llevan los diablos estos días cuando en las redes sociales alguien plasma con total impunidad frases del estilo "solo se mueren los que son muy viejos y que además ya tienen otras cosas" o "si no se mueren de eso se morirán de la gripe", como si ser mayor y tener enfermedades previas minimizase un solo gramo de importancia de la vida de una persona o como si el hecho de que cada año la gripe efectivamente sirva como detonante de la muerte de personas mayores disminuya que no haya que tratar de frenar esta nueva aparición, que se sumaría a los ya numerosos enemigos invisibles a los que nos enfrentamos todos pero más especialmente los mayores. Hay mayores y mayores y edades y edades, hay personas que están fantásticas hasta los 91 y en dos meses dan un bajón y se van o que están más justas con 80 o con 70, no hay una regla que nos dé derecho a bajar la guardia, ni por nosotros mismos ni por ellos ni por el conjunto de la sociedad. ¿Alarmas? Ninguna. ¿Gente medio tarada arrasando supermercados? Por favor Pero responsabilidad y respeto a uno mismo y a los demás es lo menos que se puede pedir, como también cumplimiento de lo que nos indiquen quienes saben del tema. Vivimos en sociedad, pocas veces tenemos que demostrar que valemos para ello. A ver si lo logramos.