e esto hablarán dentro de 100 años: los días en los que la población salía a cantar y aplaudir a los balcones, la primavera de los balcones. Habrá -algunos ya lo habrán terminado- libros en marcha, series de televisión, guiones de película, obras de teatro, discos. Han pasado dos semanas desde el primer fallecido en España, apenas cuatro o cinco días de cuarentena y la sensación es llevar así media vida. Hemos sido unas generaciones con suerte, con mucha suerte. Nos cayó la maldición de tener miedo a follar para no coger el sida, ahora no podemos abrazarnos ni acercarnos -el próximo gran virus nos impedirá mirarnos los unos a los otros-, pero, al menos en esta zona de occidente, llevamos 50 años en unas condiciones bastante dignas, con deficiencias y sus barbaries locales, cierto, pero en términos generales alejados de grandes peligros más allá de vivir hipotecados media vida con trabajos inestables. Pero no hemos tenido guerras masivas ni hambrunas ni nada de aquello a lo que sí se enfrentaron quienes nacieron antes de 1930. Ahora nos ha tocado esto y, como a los asintomáticos y a los casos leves, el 80% de nosotros lo hacemos en casas bastante confortables, sanos, con espacio, ordenadores, dinero para comida, apoyo familiar y social, miedo e incertidumbre por el futuro, sí, claro, pero sin un agobio inminente de hoy para mañana ni para pasado mañana. Hay un 20% que no, que, si todos lo vamos a pasar mal, ellos lo van a pasar mucho peor. Los que no tienen ya para hoy, ni para mañana, ventanas y cuartos para compartir entre 4 o 6 y ni soñar con un balcón, gente que siempre tiene que llamar a las puertas para solicitar ayuda, siempre. Lo canta Dylan en Like a Rollin' Stone: ¿Cómo se siente, estar solamente tú, como un completo desconocido, como un canto rodante? Ojalá aprendamos a ponernos en los zapatos de todos los demás mientras aplaudimos desde los balcones.