Hoy el día va a tener 23 horas, un 4% menos que las que tuvo ayer. Aunque para muchas y muchos, principalmente aquellos enfrascados en la primera línea ante el virus -todo el sistema sanitario, en general, sobrecargado estas semanas en cada uno de sus puestos, sobrecargado laboral, física y emocionalmente por encima de los límites-, 23 horas sean ya muchas, sumadas a las de los días anteriores y en espera de lo mucho que aún queda.

Muchos, imagino que la mayoría, tras ver pasar marzo como quien no quiere la cosa y seguro que buena parte o todo abril, asistimos a la tradicional llegada de una hora más de luz más triste de la historia, aunque la luz siempre ayude a todos. Se suelen reír de mi por lo mucho que me quejo del mal tiempo cuando se alarga semanas, de los días grises, pero es que es la realidad: si trabajas en casa y pasas ahí horas y horas agradeces mucho el aspecto climático, que no esté todo gris todo el día. Imaginen ahora tres semanas de nubes y pésimo clima seguido, con este plan que tenemos encima. ¿A que es peor? Pues lo mismo es en situación normal, solo que la gente está currando o de mambo y se fija menos.

Pero la luz y el sol entrando por la ventana son media vida. Bienvenida sea pues esa hora que alarga la tarde hasta ya casi la noche en pocas semanas. Aunque supongo que muchos estamos deseando meternos en la cama, despertarnos y que ya sea mayo y que esto haya dejado atrás lo peor y podamos retomar parte de nuestra libertad pública. Es lógico sentirse así. Pero, claro, nos perderíamos toda la parte que viene ahora, que tal vez sea la más dura: la persistencia de la monotonía, la persistencia de las malas noticias, la persistencia de nosotros mismos aguantándonos a nosotros mismos y nuestros miedos. Ojalá no hubiera que pasarlo, pero vamos a tener que pasarlo, no hay otra. Cuanta más luz nos entre en casa, mucho mejor.