ien, lejos estoy de aplaudir ninguna decisión que se haya tomado desde Madrid en el último mes, más bien lo lógico es estar enfadado con ciertas mentiras gruesas lanzadas por Simón -la de que a todos los sanitarios se les testa y cuando uno da positivo también se testa a sus contactos es tremenda, al margen de errores de predicción de los que nadie está libre- y Sánchez y ministros varios y con la aparente poca efectividad en la compra de tests y materiales de seguridad y tantas carencias. Tengo familiares directos por encima de los 80 o ahí mismo y suficiente miedo y criterio -creo- como para ciscarme en todo si pasa algo -ya pasa, aunque no te toque- pero también como para saber que no es incompatible criticar ahora y luego y al mismo tiempo detestar la oposición política y mediática que se está llevando a cabo, como si esto que tenemos aquí fuese una invención propia o algo que, con sus leves diferencias, no esté pasando en bastantes países del mundo. Por supuesto que mal de muchos consuelo de tontos, pero lo que no es admisible es andar siempre con el raca raca de que aquí siempre se hace todo peor que en cualquier parte. España, a la vista está, no aprovechó la ventana que le dio Italia de margen para cerrar el país el viernes 6 o el sábado 7, con el que seguro nos hubiésemos ahorrado miles de contagios -y no por el 8-M, que es el chocolate del loro: de 8 a 13 hubo 15 millones de viajes en metro en Madrid, imaginen otras ciudades, en Pamplona y Comarca hay 100.000 viajes diarios en villavesa-, pero la noche del viernes 6 había 365 casos confirmados. Si Sánchez cierra el país ese día los mismos que le crucifican ahora lo ejecutan entonces, al amanecer del 7. Francia, UK, USA, bastantes más también empiezan a pagar su lentitud en la toma de decisiones. Cuando todo esto acabe, medio planeta va a tener que explicarnos qué hicieron, qué no y por qué: la verdad.