í las declaraciones de Enrique Maya en las que comentaba que hay un debate -porque alguien le riega la oreja, debate no hay- para que las bicicletas lleven o matrícula o chip o estén controladas por si se cometen irregularidades y que además paguen un impuesto. Todo esto junto. Bien. Mezclar ambas cosas es grotesco. Por un lado puede estar el control, que se puede estudiar -aunque ya hay una normativa-, para una mejor gestión de los espacios públicos, información, seguimiento, lo que se quiera -personalmente me parece algo inviable y una ridiculez-, y por otro cobrar un impuesto porque, como dijo Maya, "así colaboran en la construcción de los carriles bici". El argumento es que, además, ocupamos -los que usamos bici en ciudad- bienes públicos. Bueno. Hasta aquí más o menos la base de lo que dijo el mandamás de la ciudad. Seríamos -creo- la primera y única ciudad de Europa en cobrar un impuesto a las bicis, ciudades de Europa donde seguro que también tendrán sus problemillas con el porcentaje equis de usuarios de bicis que no son muy amigos de normas -que los hay-. Pero eso no se soluciona gravando al resto. El resto, señor Maya, le hace un gran favor a la ciudad y a su salud. Es que basta ya de no enterarse: el coche mata. Mata a golpes y mata con lo que emite. Es necesario, vale, pero se trata de minimizarlo al máximo donde se pueda. En eso está medio mundo, cojones, en eso: hay ciudades de Europa en las que al trabajador que no usa el coche para ir al trabajo y va en bici le pagan un dinero. Mire, quédese el dinero, pero, por favor, no haga el ridículo internacional. Lleva usted el nombre de Pamplona, aunque no lo crea, por ahí. Nos deja en un lugar patético, somos la ciudad que se plantea cobrar a los que no contaminan. Hostia, pensaba que tras una crisis sanitaria mundial de un calibre desconocido alguno aprendería algo. Nada, ni papa, no han entendido nada.