omentaba el lunes con un amigo que él se sentía confinado. Yo le respondía que cada cual da el sentido que considera a los términos y que sí, que académicamente confinado es aquel que está recluido dentro de unos límites, lo cual es cierto: estás recluido en los 10.391 kilómetros cuadrados de Navarra y, a su vez, dentro de unos límites horarios y legales que antes no existían. Sin embargo, le explicaba que para mí estar confinado era estar obligado a estar en casa como en marzo o abril o como ahora si das positivo o eres un contacto estrecho o vives en una residencia de ancianos. Mi amigo puedo coger el coche, irse a Belagua, hacer snow en La Contienda, jalarse unos bocatas en la cima de la Mesa de los Tres Reyes, bajarse a Castejón y descender el Ebro en piragua y, pese a ello, se siente confinado. Bueno, los sentimientos son libres y las palabras significan para cada cual una cosa. Y así está bien. Pero yo confinados confinados veo a los de las residencias. Y, sinceramente, no entiendo por qué aquellos y aquellas que se pueden manejar por sí mismos no tienen que tener el mismo derecho que yo a salir a la calle y, con todas las seguridades que merecen y que habría que trabajar públicamente para que tengan, poder andar, oler la calle, el aire, el sol y el otoño. Tienen tanto derecho como los otros más de 600.000 que seguimos pudiendo hacer esto y que espero que podamos de modo permanente, puesto que un confinamiento total lo vería como un fracaso absoluto tanto de las autoridades como de la sociedad. Esa gente que está en las residencias, que forma parte de esas 65.548 personas mayores de 75 años que hay en Navarra, son los que han hecho de esta tierra parte de lo que es, en los 60 y los 70 y los 80 y los 90. No currarse circuitos seguros para que salgan a sus calles como hacemos los demás es ofrecerles un trato indigno y lo fácil.