Cuando era chaval hice atletismo en el equipo del cole. Como era tirillas y canijo y se me daba bien el fondo me metían en esas carreras, aunque había un amigo, Miguel, que corría mucho más. Pero me defendía. De repente un año dijeron que se iban a empezar a organizar pruebas de marcha. Y el entrenador me dijo si quería probar. Probé. Creo que era eso allá por 1981 u 82. Hacíamos marcha en Navarra tres y el del tambor y te ganabas muchas miradas de vacile si entrenabas por la calle moviendo el culo. Éramos tan pocos que varios años me llevaba a casa el oro, aunque en cuanto cruzaba la muga e iba a los de Euskadi me sacaban los ojos. Nos lo pasábamos bien. El mejor de todos era de lejos uno del cole, Javier Martínez Arbués, cuatro años mayor, que ya con 17 años era una estrella en ciernes, con marcas que aún siguen como récords navarros 35 años después y que falleció en un accidente desafortunado el día de año nuevo de 1986. Le estoy viendo marchar a poco más de 4 minutos y medio el kilómetro como si fuese montado en una escalera mecánica. Era un portento. Todos aquellos chavales y chavalas que hacíamos marcha teníamos dos ídolos: Jordi Llopart y Josep Marín, campeón de Europa en 1978 y plata olímpica en Moscu 80 el primero y doble medallista europeo en 1982 y medallista mundial en 1983 el segundo. Aquellos metales en la España de los primeros 80 eran oasis en el desierto: en la inmensa mayoría de los deportes. Poco más tarde surgieron las chicas, como Mari Cruz Díaz, Reyes Sobrino o Encarna Granados, así que ellas también tuvieron espejos brillantes en los que mirarse. Ayer falleció Llopart, con tan solo 68 años, tras una vida llena de bastante poca ayuda para alguien que fue el primer atleta español medallista olímpico. En muchos países con cultura deportiva de verdad esta clase de gente son figuras con un trato acorde a lo que han generado.