i el proyecto tal y como está sigue adelante -o incluso con variaciones leves- y el Gobierno de Navarra aprueba semejante barbaridad en nombre de no sé qué equivocado camino de generación eléctrica verde, desde el balcón de la casa del pueblo de mis suegros podré contemplar a poco más de un kilómetro encima de lo que ahora es un monte y un bosque espléndidos a varios gigantes eólicos como los de El Quijote. Gigantes de 200 metros de altura, tres veces el tamaño de los de El Perdón o tres veces el tamaño de la Torre Basoko. Con su ruido permanente de zumbar de aspas, de cambio de posición, de desgaste, con su destrozo para hacer los accesos, los caminos entre torres, las bases de sustentación, con su invasión de espacios animales y vegetales durante años y años y décadas y décadas y a saber si siglos para único beneficio de una constructora multinacional que se ha metido en la eólica porque queda guay. Eólica, sí, pero no a cualquier precio. Renovables, sí, pero no a costa de perjudicar más de lo que se beneficia. Ahorro, por supuesto, pero no solo en los pueblos y a costa de sus paisajes, fauna y activos milenarios. Son varios proyectos -en realidad uno solo fraccionado para no superar límites legales- que afectan a varios valles, en este caso el de Anué. Proyectos que compensan con cuatro duros por los daños causados -no son otra cosa, solo que esos daños son perpetuos y sin marcha atrás- a concejos de pocos recursos y ayuntamientos pequeños. Tentaciones fuertes y visiones entendibles quizás en ambas esquinas, pero para eso está el Gobierno de Navarra. En la tierra en que más y mejor se comenzó a impulsar esta energía, sería un gran avance detener todo proyecto que vaya en la línea contraria a aquella idea primigenia. Todo lo que propone Sacyr en Anué, Esteribar, Olaibar, Erro, etc, es eso: invasión, destrucción e involución en terrenos que no son para esto.