aya por delante -muy por delante- que aborrezco la invasión de Ucrania, las matanzas y hasta el último tiro. Eso que quede muy claro. Y, por supuesto, que quede muy claro también que entienda todas las llamadas al auxilio y a la ayuda que se hagan desde Ucrania de la clase que sean, aunque los propios mandatarios ucranianos sepan que algunas de esas peticiones puedan suponer pasos peligrosísimos para el conjunto del mundo y dar comienzo a una guerra mundial. Lo que me preocupa es que esas llamadas a la intervención casi directa tengan eco, como lo están teniendo, tanto en Estados Unidos como en la OTAN, que siguen armando a Ucrania en su defensa ante Rusia, mientras que se advierte que cualquier ayuda que China preste a Rusia será tomada como una declaración de guerra. Se juega con dos barajas, ¿no? Ya digo que comprendo la desesperación ucraniana, aunque también veo tras las habituales arengas de Zelensky un claro sentimiento de que como nosotros ya estamos jodidos tampoco es el fin de los días que para dejar de estarlo la opción sea que todos estemos jodidos. Por ahora, ni la OTAN ni Estados Unidos están por la labor de cerrar el espacio aéreo ucraniano, algo en lo que insiste Zelensky cada vez que abre la boca, y apuestan por continuar con el diálogo, aunque le vean por ahora pocos avances. Desde lejos, pero desde tan cerca a la vez, los ciudadanos que asistimos a esto con el corazón bastante en un puño nos preguntamos si, ante la evidente tiranía de Putin, desde este lado se seguirá siendo capaz de apostar por no hacer peligrar a todo el planeta o si por el contrario se opta por enfrentarse directamente a una Rusia que no se sabe cómo reaccionaría, pero que todos parecen pensar que redoblando aún más su estrategia. Confiemos en que esas negociaciones, aunque lentas y duras, sigan avanzando hacia una solución a esta terrible pesadilla.