ás allá de que, antes de instalarse en Barasoain, trabajase en un bar de Pamplona y de que en los bares en determinadas épocas casi todos hemos sido felices, lo que pasaba con aquel señor -cuando lo conocí por mi compañero de trabajo Kuko yo justo tenía 18 años y él 33, me parecía un señor- es que era muy simpático. Tenía una sonrisa socarrona que te desarmaba, mientras ponía un disco de vinilo tras otro en aquella especie de cápsula de vidrio que separaba un trozo de barra del otro trozo de barra que tenía el Imanol, donde el propio y ya desaparecido Imanol ejercía de maestro de ceremonias y unos algo más jóvenes Rubén y Ion trataban de seguir el ritmo a aquellos dos treintañeros que parecían conocer todos los secretos de la vida y de varias vidas más al ritmo de Roy Buchanan o de Thin Lizzy, con el cigarrillo en la boca y una parroquia tan amplia como ecléctica y disfrutona cualquier día de la semana: el Imanol de los primeros años 90 y durante buena parte de la década está en mi memoria como el mejor bar de mi vida.

Recuerdo que a los íntimos como al Kuko les confiaban el secreto de qué hacer si el bar parecía ya cerrado: encender el mechero y pasarlo por un ventanal concreto. Mensaje recibido. Abrían y para dentro. Ver aquello sin haber cumplido la veintena y apurar la noche con toda aquella gente que hacía buena la pregunta esa de ¿no tenéis casa o qué? era todo un privilegio. En medio de aquello estaba el Juanillo, muchas veces con Encarna riendo al otro lado de la barra, disfrutando en un trabajo que todos hacían muy bien y siempre con montones de anécdotas e historias que contar y sus manos huesudas eligiendo discos uno tras otro y abriendo y alisando fundas. Después de eso conocí a algunos de sus familiares, que ahora le despiden. Un abrazo grande, David, Marian, Koldo, Jorge, Goio, Urko, etc. Un beso, Encarna. Juanillo nos hizo la vida amable y mejor.