otro humorista puesto ante un juez. Ahora por hacer un gag con una bandera. Se le acusa de odio. Es de risa. Antes fue un cómico por ofender a Dios y poner en duda el mito irracional de la inmaculada concepción. Antes un cantante que se decía anarquista, antes un travesti, antes un payaso, antes unos titiriteros, antes un rapero, antes un cantautor. La lista es larga. Los jueces sensatos (que los hay) se tienen que llevar las manos a la cabeza. Hay gente que al parecer odia a los cómicos: se ve que se han organizado para denunciar. Y es obvio que le han cogido gusto. Luego están los jueces que admiten esta clase de denuncias, claro, que también son muy importantes. “Se van a llenar las cárceles de humoristas, va a ser muy gracioso ir a prisión”, decía el otro día Dario Adanti. Por cierto, también decía otra cosa: decía que, si existe un delito de ofensas a los sentimientos religiosos, debería tipificarse también un delito de ofensas a los sentimientos científicos. “¿Acaso afirmar que el mundo se creó en siete días no ofende a la razón?”, se preguntaba. Y hablando de banderas, cada cual ve en ellas lo que puede. Yo mismo, no puedo evitar asociar las banderas a la guerra. Para mí, lo siento, la palabra bandera es sinónimo de señuelo y reclamo. Me gusta la definición que se da en el Diccionario del sótano: “Objeto coloreado a veces acompañado de cierta música enfática que se usa para atraer y dirigir masas más o menos dóciles y a veces llevarlas a la guerra ingenuamente”. No es que yo tenga nada contra las banderas, qué va, pero el hecho de que todos los fascismos den tanta importancia a las banderas hace que cueste un poco cogerles cariño. Al final, resulta deprimente observar que todo depende del juez que toque en cada caso, pues los mismos jueces discrepan entre ellos a la hora de enfocar y valorar esa clase de supuestos delitos absurdos que desacreditan a la justicia.