Como le han dado el Nobel de Literatura a Peter Handke me pongo a ojear sus viejos libros leídos hace mucho. El primero que leí va encabezado por una cita que dice: “¿La violencia y el sinsentido no son al fin y al cabo la misma cosa?” Handke es difícil de leer. No muchos aguantan su lentitud. Su atención a lo efímero, a lo insignificante, a lo único. En su último libro habla de sí mismo en tercera persona. Habla de sus largos paseos por el bosque. Le gusta buscar setas, va solo, tiene algo de contemplativo. También Olga Tokarczuk, la otra nobel, es un poco así. Son autores difíciles. Escriben para los menos. Dice: “Somos testigos de cómo crece el yo humano, cómo se vuelve cada vez más nítido y cómo nos afecta”. Y digo yo: si el yo se infla y todos somos testigos de ello, ¿sería posible hacer algo para evitar que caiga aplastado por su propia magnitud? El hecho de que los dos productos más vendidos en este país durante el black friday y el ciber monday hayan sido, por este orden: uno, el estimulador genital femenino denominado Satisfayer; y dos, el último videojuego de fútbol FIFA, sin duda dice mucho de cómo somos. Es la inflación del yo humano lo que esta rompiendo el equilibrio de la naturaleza. El 99% de los que no niegan el cambio climático exigen medidas urgentes. Ahora bien: que no afecten a su estilo de vida ni alteren sus hábitos de consumo. Estarías dispuesto a prescindir ¿de qué? Trump no manda, es un títere. Ya ni siquiera asiste a las cumbres del clima. Sus jefes le dicen que no vaya y no va. Se la pela. Acabo de cumplir sesenta años y estoy más tranquilo que antes. Tenía miedo de convertirme en un viejo gruñón pero creo que no lo voy a ser. Al contrario: siento curiosidad y agradecimiento por lo que aún me queda por ver. Pero algo he aprendido. Y es que el yo humano se ha disparado. Y no va a dejar de crecer. Hasta que haga bang.