Me he bajado al sótano a escribir esto. Son más de las once de la noche. Hace apenas diez horas hemos enterrado a mi padre y aún estoy un poco atontado. Así que me he puesto un gorro de lana y me he venido aquí con una manta a fin de sentirme como un erizo en su madriguera e intentar ordenar un poco mi cabeza, ahora que lo necesito de verdad. Hace solo unas horas he escuchado un par de responsos religiosos que unos sacerdotes cristianos han recitado por mi padre, en concreto el salmo ese que dice: el señor es mi pastor, en verdes praderas me hace descansar, aunque pase por el más oscuro de los valles nada temeré, el precioso poema de David o tal vez de Salomón. Y también he escuchado hace poco el discurso que soltó Joaquin Phoenix cuando le dieron el Oscar por su actuación en Joker: unas palabras a favor de la naturaleza, de la justicia elemental, de la necesidad de renunciar a lujos y conceder a los otros una segunda oportunidad, y a pesar de que me parece que se puso un poco solemne, me ha hecho pensar en algo que entendí hace no mucho leyendo un libro de Agamben: que Naturaleza y Dios son la misma cosa: palabras que intentan nombrarlo todo de golpe. De hecho, mira, haz una cosa: allí donde leas u oigas la palabra Dios, sustitúyela automáticamente por Naturaleza. Verás que son intercambiables. Funciona en el cien por cien de los casos. Bueno, lo que quería decir es que no sé muy bien qué decir. Nunca me suelen faltar palabras pero ahora me están faltando. Me pregunto qué somos. Y lo único que se me ocurre es que somos Naturaleza. Y también somos tiempo. Ahora que mi padre ha muerto siento que estoy en primera fila. A la intemperie. Y estoy decidido a celebrar la vida. Como pueda. Estamos vivos y eso es todo. El tiempo pasa. Es tan sencillo como eso.