e oído que la mitad de las compañías aéreas van a desaparecer. Y que vamos a viajar menos. Así que me he puesto a pensar. ¿En qué? En lo necesario y lo superfluo. Mi madre dice que tenemos muchas necesidades superfluas. Yo le digo que si son superfluas no son verdaderas necesidades. Pero ella es más lista y me responde que si son necesidades no importa que sean superfluas. Y a pesar de que estamos hablando por teléfono siento en mi cara su mirada al bies. Está visto que el tema no es tan fácil como parecía. Cuando crees que un asunto ya lo tienes pensado, pasa algo grave que lo cambia todo de repente y no queda más remedio que pensarlo de nuevo. Y pensar cuesta. Pensar requiere tiempo. Lo malo es que si algo nos sobra ahora es tiempo. Y eso tampoco me parece a mí que sea bueno. Tener demasiado tiempo para pensar, quiero decir. Puede resultar aterrador, según cómo se mire. No obstante, me pongo a pensar, como digo, en lo necesario y lo superfluo y de pronto tengo la sensación de que todo el mundo está pensando en lo mismo. Y no puedo evitar imaginármelo: millones y millones de personas encerradas en sus cuartos, acuclilladas en sus rincones, planteándose la cuestión de lo necesario y lo superfluo. Preguntándose: ¿a qué tendré que renunciar?, ¿de qué podría prescindir? Y encima, cuanto más lo pienso, más confuso estoy. No tengo remedio: lo superfluo me parece casi siempre más importante que lo necesario. ¿Me habré vuelto loco? ¿Tan pronto? El regreso a la frivolidad no va a ser fácil, afirma entonces Sloterdijk mirándome con severidad por encima de las gafas. Y además lo dice en alemán, lo que hace que aún parezca más sesudo y sensato. En fin. Yo espero que se equivoque, claro. La frivolidad, la ironía, el humor, ¿son superfluos? Miedo me da pensar qué sería de nuestra cultura y de nuestra forma de vivir sin todo eso.