veces, casi siempre al atardecer, en ese momento de calma que precede a la llegada de la noche, me pregunto qué pensará Esparza de Vox. Si es que piensa algo, claro. Me refiero al Esparza de la UPN, ese señor. ¿Qué piensa usted de Vox?, le preguntaría (con respeto y admiración, naturalmente). Aunque estoy casi seguro de que no me iba a responder. ¿Por qué responder pudiendo no hacerlo? Jejejé. El caso es que la UPN en el Congreso vota prácticamente siempre a favor de Vox, ¿no lo sabías? Pues es así. Lo señalaba el otro día Aitor Esteban en la entrevista que le hacía Jesús Barcos. Y aprovechando que hace buen tiempo Cayetana Álvarez de Toledo ha salido a animar. Qué miedo dan las animadoras, a veces. Sobre todo algunas. Cayetana Álvarez de Toledo ha dicho que hay que estar con Vox, abro comillas, sin ninguna vergüenza ni complejo, cierro comillas. Ah, la vergüenza, qué palabra. Me recuerda a María Dolores de Cospedal, tampoco tenía vergüenza de nada. Por cierto, hola, señora de Cospedal, ¿otra vez por aquí? ¿Qué, dando un paseíto por los juzgados? Seguro que usted tampoco tiene nada de lo que avergonzarse, por favor. En fin, a mí me parece que esto de la vergüenza tiene mucho que ver con quién te crees que eres. Hay quien nunca tiene vergüenza de nada. Se diría que nacen sin esa molestia natural. Con la vergüenza atrofiada. O que se la extirpan en las primeras semanas, antes de que empiece a desarrollarse. ¿Vergüenza yo? Pues no, no sé lo que es eso: a mí, gracias a Dios, me la extirparon a edad temprana. Aunque tal vez, después de todo, no estaría mal conservar la vergüenza, no? Quizá deberíamos tener todos un poco más de vergüenza, no sé. Digo quizá, porque puede que me equivoque. Yo me equivoco mucho. Sobre todo al opinar. Y me da una vergüenza terrible. Un defecto de nacimiento, la vergüenza. Yo creo que es hereditaria.