l otro día me contaron que los de Ciudadanos habían convocado una concentración ciudadana frente a la Delegación del Gobierno. Era para protestar contra los indultos o alguna cosa así, creo. Da igual, eso es lo de menos. El caso es que solo fueron doce. O sea, ni muchos, ni pocos: doce. Vale. Pero lo bueno es lo que dijo luego el líder de la plataforma. Dijo: Lo importante es la calidad, no la cantidad. Y qué casualidad, mira qué gracioso: es justo lo mismo que le dije yo a mi compañera de viaje el día que fuimos a Estella para presentar nuestros últimos libritos. Solo vino una persona al acto y dije eso: lo importante es la calidad. ¿Qué iba a decir? Estábamos dos presentando nuestros libros a una sola persona. Fue algo marciano. Entrañable, en cierto modo, nunca lo olvidaré. Naturalmente, fuimos nosotros los que le aplaudimos a ella. Al final, qué amable, quiso comprarnos los dos libros. Me supo hasta mal. Pensé que se habría sentido forzada a hacerlo, así que quiero aprovechar para decirle que si se ha arrepentido yo estoy dispuesto a devolverle el dinero. De todas formas, lo que quería decir es que yo siempre he sido fan de la calidad en oposición a la cantidad. Qué remedio, claro. Si no tienes cantidad, optas por la calidad y esa acaba siendo la suerte de tu vida. Puede que suene paradójico, pero qué más da. Todo es paradójico. O sea, que la buena suerte puede surgir de donde menos te lo esperas. Incluso de la mala suerte. Porque mira, ahora que se acerca el 6 de julio, puede que descubramos unas fiestas distintas. Más de calidad que de cantidad, ya me entiendes. Puede que los sanfermines ya no vuelvan a ser lo que fueron antes de la pandemia, pero a lo mejor son mejores: esta es la reflexión de hoy. Ahí la dejo. Ya sabes, a la realidad post-covid le aterran las multitudes. Y nunca se sabe cuánto puede durar esto. Toca madera.