n respuesta a la pregunta, propia en mi opinión de un programa de radio matinal para todos los públicos, acerca de lo que haría yo si me tocara la lotería, me apresuro a decir, ni cándido ni osado, que me compraría un apartamento soleado en Málaga, ya. O quizá en Cadiz. O en algún sitio así, pero, ya. Mañana mismo. Lo siento, ya no soy el que era. Bis: lo siento, ya no soy el que era. Cómo envejezco. Me puse la chapela, me vi reflejado en un cristal y me dije: pareces el olentzero. Fue agridulce. Pero, ¿quién no envejece? Me hacen gracia esas personas que creen que aparentan menos años de los que tienen y te sueltan: pues la gente se piensa que tengo 37 o así. Son enternecedores. Y ¿por qué lo son? Pues porque creen que engañándose a sí mismos consiguen engañar a los demás. Claro que, eso lo hacemos todos. Lo de engañarnos a nosotros mismos para convencernos de que engañamos a los demás. Con la edad y con todo. Recuerdo una chica que me decía que le decían que se parecía a Winona Ryder. O sea, que todos tendemos a delirar con el yo. Resumiendo: que no me va a tocar la lotería, aunque todavía espero que me toque, pero que, si me tocara, que no me va a tocar, yo me iría a pasar los inviernos a Málaga. O a Cadiz. Este invierno está siendo bastante horrible, creo. Muy largo. No lo aguanto más. Y eso que ni siquiera ha empezado. Todo es como horroroso. La gente está triste. Todos los que me encuentro y quieren hablar están igual. Encima, les tengo que alegrar yo. Ojo, aquí pasa algo, la gente está mal. Háganlo saber a las autoridades sanitarias. Si alguien lee esto que avise. Porque, no sé si te acuerdas, pero ahora, encima, empiezan las navidades. No sé si me explico. Las navidades. Otra vez, sí. Eso me temo. Con la nueva ola. La New Wave. Así que, hala. Te deseo mucho ánimo. Cuanto mayor es la extrañeza, mejor se percibe el temblor de la vida.