recuerda el célebre Doctor Cabeza, quien fuera presidente del Atlético de Madrid, que en 1979 hubo una huelga “acojonante” en los hospitales capitalinos y no sabían cómo romperla. Entonces propuso al Gobernador Civil telefonear al comité amenazando con que estallaría una bomba de ETA en su sede. Al cabo de dos horas la huelga terminó. Alguien había seguido el consejo. Bajaron los sindicalistas a la calle y detuvieron a todos. Así concluye la magnífica entrevista de El Confidencial: “A los ocho días, el Gobernador me nombró director de La Paz, donde yo había empezado de botones.”

Muy poco se habla en el famoso relato del comodín, ese espantajo etarra que lo mismo sirvió para chiquilladas como atrasar un examen -¡llama al instituto con un aviso de bomba!-; cobardadas como blanquear una noche pizpireta -¡me tenían secuestrado!-; y canalladas como chantajear a pequeños empresarios -¡el dinero es para luchar contra ETA!- . Muy poco se habla, sí, del uso del terror, o del fantasma del terror, para amedrantar al disidente y extorsionar al inocente. Incluso algunos buenos se valieron de ello para justas batallas. Carmen Avendaño, heroína gallega contra la droga, contó hace años cómo espantó a la sombra de un narcotraficante: “Vengo de dar una conferencia en el País Vasco y que sepas que, si a alguien de mi familia le pasa algo, Zutano, Mengano, etc, aparecerán con un tiro en la cabeza porque tengo un comando de ETA dispuesto a hacerlo.”

Aquel Gobernador Civil de Madrid tan eficiente, demócrata y resolutivo se llamaba Juan José Rosón, y un año más tarde fue nombrado Ministro de Interior. Por comentarlo.