Yo ya no sé si el silencio es fruto de la corrección política o del sectarismo, pero en unos medios capitalinos tan dados a la disección de todo candidato, al análisis de su nómina y tuiteo, a los rayos equis en la hemeroteca para desprestigiarlo; tan aficionados a despellejar a diputados y a calzarles alias humillantes, a mofarse de sus gazapos, peinado, andares, acento, vestuario, y a airear la vida doméstica de ministros y ujieres; bien, pues ahí, ignoro por qué aún se afanan en destacar la inconmensurable valía de un primer espada resucitado, cuyo regreso al ruedo electoral no ha suscitado precisamente pasión, miedo ni ojeriza en el tendido. Ha provocado carcajadas y memes. Ni el bombero torero llegó a tanto. Incluso en su propia grada han sufrido el pánico del hincha cuando expulsan al guardameta, no quedan cambios y hay que poner bajo los palos al extremo derecho. No negaré, claro, su coraje en la era del espanto, y por eso entonces estimé más justo subrayar su mérito cívico que exponer sus limitadísimas luces, fallucas de cerca y lejos. Pero hoy, pasado aquello, sorprende que aún se oculte la principal característica por la que es conocido entre sus paisanos, que no es su pericia con el acordeón, virtud muy honorable, sino lo otro, eso que respondió la parroquia al oírle estrenarse contra el "gobierno fasciocomunista": este tío es memo. En cuanto a sus tres lustros en Bruselas, ya lo escribió Calderón y copió Alberti: "Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos". O sea, que le han servido para crecer en su especialidad y coger confianza. Grandes tardes nos esperan.