o habrán oído, y supongo que lamentado: atendiendo a la renta per cápita España ha caído al decimoséptimo puesto en la liga de la Unión Europea, mitad de la tabla para abajo, para entendernos. Lo que tal vez ignoren es que por encima consolidan su brillante situación dos paisitos a menudo considerados de chichinabo, Eslovenia y Lituania. Incluso Estonia, una especie de afanoso Elche, logra empatar en la clasificación con el combinado rojigualdo. Si a Letonia le sonríe el azar y afina la puntería, cuidado, que agigantará por detrás su amenaza.

Yo, sin alcanzar todavía esa edad en la que según Horacio Castellanos los testículos se avergüenzan de sus canas, tengo ya unos años y algo de memoria. Así recuerdo, por ejemplo, cómo en ciertos círculos se menospreció a esos equipillos cuando, hartos de ser filiales, eligieron saltar de la segunda división regional a la primera nacional. Fuese por su estrechez geográfica, su escasa población o lo osado de su apuesta, muchas veces leímos que sus hinchas se morirían de hambre, sus estadios se vaciarían, y que fuera del cobijo imperial, cada uno el suyo, su único destino era la mendicidad o la desaparición. Cómo va un estonio a disputar un Mundial, qué ridiculez es esa. Al parecer no había goles salvo en la Champions de los grandullones. Fútbol era fútbol, pero menos.

Y, sin embargo, ya ven, ahí siguen los pequeños correteando. Y es que contra la independencia cabe desplegar mil argumentos, teóricos y prácticos, racionales y emocionales. Pero el más estúpido, y el más errado, es siempre el paternalista. Golearás a Malta, sí, pero nadie pide allí ser de nuevo Gran Bretaña.