San Fermín se concibe en el centro. La ciudad se ha expandido más que sus fiestas. El recinto ferial acusa en afluencia de usuarios y resultado económico su destierro a orillas del Arga (parque de la Runa, desde 2008). No está lejos, pero se percibe a desmano. El desnivel se hace cuesta arriba para el ánimo de los habituales usuarios: familias con niños pequeños y cuadrillas de adolescentes. Curiosa pereza que se vence para visitar los corrales del Gas y para el fugaz paso del encierrillo. O para aparcar durante el año. El ascensor de Descalzos allana el camino. Particularidades del comportamiento humano. Hasta peñas con raíz y asiento en barrios periféricos habilitan una residencia ocasional en el casco antiguo. Los precios de las atracciones y el tiempo atmosférico también influyen en el balance. Las barracas han conocido una decena de emplazamientos. El anterior -la explanada de Yanguas y Miranda- era del gusto de feriantes y publico. No de los vecinos. Ninguno lo es. Hubo que sacarlas de ahí por incompatibilidad con la Estación de Autobuses subterránea. El nuevo enclave levantó reticencias enseguida. La estadística documenta los temores. El Ayuntamiento y la MECA estudian un mejor emplazamiento. En sigilosa complicidad. Todos exigen inversión económica. Alguno -los fosos de la Ciudadela- ya apareció hace años en la carpeta de opciones. Presenta inconvenientes legales y logísticos: afección al patrimonio histórico de las murallas, servidumbre a la zona de seguridad de los fuegos artificiales, escasez de espacio para algunas de las atracciones. Es dudoso que la institución Príncipe de Viana emita informe favorable. Su dictamen es vinculante. Difícil el hallazgo de un recinto unitario grande y céntrico. Dispersión: La casa de los horrores, junto a la sede de UPN; El tren de la bruja, debajo del PPN; el Simulador, al lado del PSN; El barco fantasma, donde se asiente Orain Bai. Ideas. Ya en la escalera. Y nada se sabe.