Rigor en la normativa de la situación posterior al estado de alarma y rigor en la sensatez de los comportamientos individuales y colectivos. Era el buen camino para no tener que desandar en libertades. El sentido común, ausente. Una inveterada tendencia social. La Comunidad Foral fue excesivamente generosa en el horario de cierre de bares y discotecas, de modo que se ha visto obligada a echar marcha atrás. De forma tibia, como para no molestar. Ni a la gente ni al gremio. Política de apariencias.

El ocio y el negocio nocturnos. Un hábito placentero extendido y un lobby presionante. La tentación provoca la infracción. Como alternativa, el botellón. Los "no Sanfermines" fueron una consigna oficial. La realidad posterior a los "no Sanfermines" matiza mucho la satisfacción en el balance triunfalista de las instituciones. Más personas de las visibles se las han apañado para celebrar, sin precaución alguna, sus propios y cómplices Sanfermines, a veces casi clandestinos. El ritual de la valoración positiva -estribillo de todo 14 de julio- no respetó la cautela de un año excepcional. El periodo de incubación ha cumplido su ritual y ha desvelado actitudes equivocadas y peligrosas. Sin necesidad de señalar. ¿Para qué? La clave está en una empatía intergeneracional. Ninguna etapa de la vida está exenta de ser dañada y dañina. Las situaciones de riesgo son de manual.

La facilidad de contagio del virus está contrastada por infinitas evidencias. Las consecuencia en la salud, distintas según diversos factores. Nunca deseables. La mella económica de las pruebas médicas y de los confinamientos, así como de las bajas laborales transitorias, es considerable. Visto lo visto, vivido lo vivido, ¿de verdad son necesarias campañas de educación cívica para saber cómo comportarse en una progresiva e inteligente recuperación de la normalidad posible? Las quedadas están bien. Con cabeza. Para que, en un futuro, todos podamos quedar. Sin bajas ni secuelas.