Aristóteles escribió en su Historia de los animales hace más de 23 siglos de un invertebrado de cuatro patas y cuatro alas y cuya vida no llegaba a un día. Eran las efímeras, que son realmente insectos (y por lo tanto tienen seis patas), cuya existencia como adultos es brevísima. Pasan casi toda su vida inmadura en agua dulce, eclosionando a imago (adulto sexualmente maduro) durante el verano, tras pasar por una fase intermedia de adultos sexualmente inmaduros donde son preciado bocado de los peces. En algunas especies de efemerópteros los adultos solo duran una noche, que pasan copulando para, las hembras, poder caer de nuevo al agua y morir tras haber expulsado la puesta de huevos. De hecho, las efímeras se elevan en el aire sobre el río y se dejan caer mientras realizan encuentros sexuales indistintamente del género que sea cada individuo, porque no hay tiempo de pararse a pensar en qué cosas cuando te va la vida en ello. Por supuesto, la estrategia funciona si muchas efímeras se hacen adultas a la vez y si su vuelo sexual permite encontrar a muchos individuos e individuas de su especie. Por eso, cuando ven con sus grandes ojos compuestos a muchas volando allí van. Y eso a veces, y en esta historia es cuando entramos los humanos, les confunde de forma catastrófica. Porque si hemos puesto farolas en un puente conseguiremos que casi todas los insectos de la zona se vayan ahí encima a copular, y mueran finalmente sobre el puente, sin que su puesta vaya a poder servir para tener nuevas generaciones. En Francia, en algunos pueblos, durante estas noches de las efímeras se apaga el alumbrado público, pero por aquí, como ha pasado en Tudela, se ve que preferimos que estos bichitos que maravillaron a Aristóteles o a Plinio no nos impidan pasear de noche por nuestro magnífico puente sobre el río. Toda una metáfora.