escuchando lo que están diciendo en ámbitos públicos, incluso en sedes parlamentarias, políticos de la ultraderecha, reconozcamos que lo de este país no es normal. Ni conveniente. Resulta asquerosito que a estas alturas de siglo desmontar un chiringuito de conmemoración a un dictador sanguinario, devolver sus restos a un reposo que por cierto sus víctimas aún tardarán, si eso, en recuperar, fuera del homenaje, cause debate o permita a ciertos personajes inventar mentiras o crear una falsa ecuación de unos y otros, malos, y una revisión de algo tan obvio como dónde estuvo la dictadura, dónde el crimen y el robo organizados, dónde los aún partidarios del atado y bien atado (y me llevo lo que quede por ahí). Me indigna siquiera que se les dé espacio en los medios, aunque sea para exponer su impudicia fascista.

Me da mucho asco, y es un asco que duele, que nos debería doler a todos, cuando intentan recortar los derechos de las personas, cuando plantean con la misma desfachatez que ensalzar al dictador poner en cuestión la realidad injusta contra la mujer y esa violencia contra ella amparada en una forma de ser antigua de esta sociedad; la difícil vida de quien pertenece a colectivos minorizados en derechos, ninguneados, perseguidos u olvidados. Les estamos dejando montar sus saraos en grandes lugares, ocupan espacio de los medios de comunicación, contaminan de hecho a toda la derecha española con sus historias inventadas de odio contra lo que no sea como ellos. Y todo porque nosotros sí creemos en la democracia, en la libertad de opinión. Y bien, sea, pero denunciándoles, señalándoles como los liberticidas que son, no dejando ni una de sus mentiras impune. Si no, ya lo veremos, volverán a escribir la historia con ese infamante toque franquista que tanto mal ha hecho y sigue haciendo.