eguro que ya han leído, escuchado o visto todo lo que jamás pensaron antes que podrían llegar a hacer. Y habrá nuevas invenciones, campañas, exabruptos y noticias. En un escenario que es peor de lo que imaginábamos y posiblemente mejor que el fin del mundo. No es consuelo, simplemente constatación. Llevo toda la semana con demasiado tiempo pensando en qué escribir aquí y qué no, cómo encontrar un ángulo diferente, una preocupación que quería narrar. También pensé en negarlo o en evadirme, hablar de otra cosa. No sería lógico tampoco. Como miro habitualmente el mundo desde el prisma de la ciencia, y en esta crisis la ciencia cuenta muchas cosas, es cierto que podría plantearles hoy precisamente eso: cómo necesitamos en ciertos momentos que la ciencia nos aporte las certezas que la inquietud o el miedo necesitarían para disminuir. Y entonces llega la ciencia, que jamás en la historia había estado tan expuesta al público escrutinio, viviendo en directo sus procesos inciertos y a menudo errados, aprendiendo con todo el mundo mirando por encima del hombro de cada uno de los pasos que se dan, y no sabe decir si una curva se aplanará pronto o tarde, o si lo hará antes de que el sistema se sature.

Ojo, quizá es el tiempo de recordar que al olmo no se le pueden exigir peras. O más bien que después de tenerlo seco y malcuidado no podemos esperar que los brotes sean abundantes. Aunque no fuera el caso, que tampoco son buenos tiempos para las metáforas. Lo cierto es que no podemos sino seguir intentando buscar soluciones. Vendrán, no lo dudo. Pero mientras tanto queda una sociedad que se rige por normas que la emergencia está poniendo en cuestión. No es cosa de la ciencia, sino de toda la sociedad. Resiliencia, algo que podemos crear entre todas. Que debemos hacer posible. Todos.