brimos una semana nueva del tiempo de confiamiento. Los sentimientos que van sucediéndose a un ritmo vertiginoso contrastan con la calma y el vacío de la ciudad. Nos descubrimos ciclotímicos, ahora empezamos a imaginar cómo será el futuro que dentro de nada se nos plantea. ¿Será el distanciamiento social la nueva forma de conformar nuestra sociedad? Descubrimos mientras tanto aquellas nuevas rutinas que nos devuelven cierta ¿normalidad? ¿humanidad? no sé qué concepto usar. Como seguramente hacen estos días mantenemos desde casa encuentros virtuales llenos de esperanza y amor, exorcismos con ayuda de las tecnologías de la información que ya estaban entrando en nuestras vidas y que ahora finalmente se convierten en parte del cemento social. Bueno, los balcones también, vale...

Abrimos también un debate sobre la actividad esencial, mientras hay un mundo vociferante que ahora suena más viejo y triste que nunca, el de criminalizar errores de perspectiva ante algo que difícl de predecir justificadamente. Por supuesto, todo lo que se hace parece que llega tarde, sin darnos cuenta de que fue siempre así: lo decíamos cuando el país comenzaba a quemarse cada verano, que eso se apagaba antes, previendo. Y no lo previmos.

En medio de todo esto, podemos irnos darnos cuenta de que hay cosas de las que podríamos prescindir sin más, pero que el día a día del mundo de antes nos engatusaba para no considerarlo. Podemos reducir el transporte y racionalizar nuestros desplazamientos, incorporar prácticas higiénicas a nuestro desparrame social, limitar la dependencia de las acumulaciones de masas, apagar las luces y ahorrar en un escenario de sostenibilidad que hemos obviado inconscientemente, escalar nuestra civilización de nuevo al kilómetro cero... Sueños de esta montaña rusa emocional del confinamiento.