ace unas semanas Venus abría todos los informativos, con lo del descubrimiento de indicios de vida en su atmósfera. ¡Venus!, ese astro que sigue iluminando las últimas horas de la noche sin que casi nadie se de cuenta, podía tener vida. Imagino que dada la situación que estamos viviendo este descubrimiento científico se salía lo bastante de los temas pandémicos como para convertirse en un completo éxito. Los mismos responsables de la investigación y la revista donde se publicaba se dieron cuenta del asunto, de manera que se presentó con todo despliegue mediático y buscando precisamente que, aunque el artículo fuera muy cauto sobre la posibilidad de vida en Venus, la noticia pudiera venderse con ese titular de "vida en Venus", aunque fuera entre interrogaciones. Lo cierto es que desde el punto de vista científico, Venus es un lugar poco adecuado para la vida por sus extremas condiciones climáticas: una atmósfera densa y corrosiva, con un efecto invernadero descomunal en un planeta cuya historia geológica pasa por un vulcanismo dominante durante miles de millones de años. Pero quién sabe, quizá hay microorganismos capaces de sobrevivir allí y producir ese gas fosfano que se había detectado por diversos métodos. Es más probable un origen de otro tipo para ese gas, sin relación con procesos vivos, y posiblemente en el futuro conozcamos mejor la química atmosférica de Venus y entendamos correctamente lo que se ha observado.

Mientras tanto la noticia ha permitido que reflexionemos, una vez más, sobre cómo a veces la ciencia se abre paso entre los intereses diarios de un público que demanda, es cierto, titulares sorprendentes, hechos inverosímiles, o preguntas de corte tan filosófico como si estamos solos en el Universo que se convierten en tema de debate a la hora del café.