s interesante cómo se van creando términos en la arena pública que vienen cargados de ideología pero que nos cuelan con voz airada reclamando libertades, despistando así sus orígenes y sobre todo sus intenciones. Piensen en cuántas veces han escuchado estos últimos años, con el ascenso de la derecha ultra y la ultraderecha lo de ideología de género. No hay tal: hay feminismo en la política, medidas que reclaman espacios usurpados desde siempre, eso que se llamó vindicación de más de la mitad de la población. Pero vendiéndolo como una ideología (a la que luego ligarán todos los males imaginarios posibles) parece que no es una consecución lógica de las libertades de una sociedad que empieza a ser inclusiva y ética.

Ahora está pasando con la cultura de la cancelación: famosos que viven habitualmente del fervor de las masas, populares o influencers, se quejan de que se les quiere cancelar para acallar su derecho de expresarse en libertad. Empezó hace años con lo políticamente correcto, convirtiendo el que en la esfera pública se limite y repudie el acoso y el abuso contra colectivos marginados en una especie de parodia revisionista. Lo de la cancelación es lo mismo, pero al gusto de los tiempos: la gente, por las redes, se queja de que algún voceras ha dicho una barbaridad y se mueve para denunciarlo donde más duele, en la cartera, en los patrocinios o anunciantes. En esta sociedad mediática es sencillo exponerse, también lo es que te expongan. Pero quienes más se quejan de la tal cancelación son los que siempre pudieron decir lo que querían, los que sin más largaban discursos que discriminaban a la gente sin que hubiera manera de quejarse. No se impide que se hable en público, se exige que uno se responsabilice de lo que dice. Algo que debería ser previo, personal, comprometido...