levo todo este fin de semana intentando evitar el momento de ponerme a pensar en la columna de este lunes 7 de febrero. La cosa es que, realmente, llevo varios años así, con miedo al enfrentarme ante el documento vacío, justo la plantilla que uso para no pasarme de tamaño del texto, porque me siento señalado, como si la realidad estuviera provocándonos a cada persona para que digamos algo de una vez sobre *** (donde los asteriscos se coloca la estupidez o el oprobio esta semana). Suelo huir hacia adelante de ese tema puntiagudo o al menos procuro darle una vuelta de tuerca llevándolo a mi huerto, al de mis neuras y deseos: es mi privilegio como columnista. Lo malo es cuando la realidad se ha conjurado para meter de repente todo en el vaso de la batidora: acuerdos en la sombra, desacuerdos ante los focos, concordia y desidia por otro lado, intereses propios frente a lo público, intereses públicos no declarados, trapicheos y aquí nadie se mueve, el mírame y no me lo toques, jugarretas y tránsfugas, millones de un lado a otros como valedores de que todos se conocen... Cuando diseñaron la campaña de las generales de noviembre de 2019 en Navarra Suma y pusieron aquello de “Navarra clave de España” no podíamos imaginar que iba a significar esto. Aunque en el fondo no debería sorprendernos demasiado. Por supuesto, nos falta el contexto aunque nos sobre la experiencia vivida una y mil veces de cómo pasan estas cosas o nos pasan por encima, de cómo se traen y se llevan de un lado a otro las voluntades y los intereses. Las claves, ay. Yo me declaro incompetente e incapaz para decirlo todo en 1800 caracteres. Así que les propongo que lean en diccionario de su elección la entrada sobre “clave”. Ahí tendrán las claves para solucionar el mogollón de lo real en clave de populismo. Lo clavarán.