as últimas horas de la “negociación” abierta por el Gobierno en busca de apoyos a la validación de la reforma laboral, el desarrollo de la propia votación y de lo que la misma y del sentido de algún sufragio pueda desprenderse y sospecharse, y las reacciones que está protagonizando el PP han constituido un bochornoso espectáculo que desprestigia aún más la política y las instituciones democráticas. Un escenario en el que no todos tienen igual responsabilidad. El Ejecutivo de Pedro Sánchez tiene su cuota al optar por un proceso negociador cuando menos atípico, sin posibilidad de cambio alguno en el texto y planteando condiciones que alguno de sus interlocutores ha interpretado como un chantaje. En este escenario cobra especial relevancia la vergonzante actitud de los dos diputados de UPN, Sergio Sayas y Carlos García Adanero, que, entre la deslealtad a su partido y el filibusterismo político, votaron en contra de la reforma pese a que su formación había alcanzado un acuerdo con el PSOE para apoyarla y que ellos mismos habían avanzado que acatarían. Un pacto que incluía como contrapartida el también poco presentable apoyo socialista al alcalde de Pamplona, Enrique Maya, para aprobar una modificación presupuestaria y, en segundo lugar, evitar su reprobación. Las acusaciones de traición contra ambos diputados, la petición de la entrega de sus actas (ratificada ayer por un 80,62% de los votos en el Consejo Político del partido) su posible expulsión de UPN si no cumplen con lo demandado y las sospechas de transfuguismo y “compra de voto” no hacen sino envilecer aún más la política. Con todo, el comportamiento que está teniendo el PP es, si cabe, aún más infame. A su ausencia de explicaciones sobre su posible intervención en el cambio en el sentido de voto de Sayas y Adanero ha unido una ofensiva para convertir el error de uno de sus diputados en duras acusaciones, sin prueba alguna, de pucherazo, atentado a la democracia y vulneración de derechos fundamentales. Una sobreactuación que, aunque llueve sobre mojado, es gravísima y retrata una impúdica estrategia de desestabilización no ya del Gobierno sino del Estado. Pero ahora es obligado pasar del bochorno a la acción. Este es el fangoso marco en el que se va a desenvolver el resto de la legislatura. Sánchez debe asumir el papel de liderazgo que aún no ha acreditado cosiendo heridas internas y externas y tejiendo consensos sólidos, fiables y estables, para lo que él mismo y su Gobierno deben ser también firmes, confiables y consistentes.