hay niños que a los 8 años están ya viendo pornografía. No la buscan. Simplemente les sale al paso a poco que exploren en la red. Para los 13 años, el 20% de los adolescentes son consumidores más o menos habituales, y lo serán más a medida que avanzan en edad. No lo dice ningún sujeto tenebroso a sueldo de María Solana en el Departamento de Educación, sino un estudio realizado en siete comunidades autónomas del Estado presentado ayer en Madrid con el título de Nueva pornografía y cambios en las relaciones personales. Lo sabíamos ya, pero nos lo recuerdan con datos: estudien en una abigarrada escuela de barriada o en una uniformado y diferenciado colegio con piscina, el porno es, con mucho, la primera fuente de información sexual de nuestros adolescentes, muy por delante de la escuela o del hogar. El informe advierte de que, como consecuencia de todo ello, se está ya detectando el aumento de prácticas de riesgo (sexo sin preservativo), del sexo violento o del recurso a la prostitución a edades muy jóvenes. En el mejor de los casos, el tipo de pornografía al que acceden nuestros chavales y chavalas, en la que la mujer suele ser presentada como un cosificado sujeto pasivo, incide en unas relaciones sexuales hechas a la medida del hombre, donde la afectividad pasa a un segundo plano y desaparece el mutuo acuerdo y la búsqueda compartida del placer. Como he dicho, este informe que debería alarmar a responsables de la política y la educación, fue presentado ayer en la capital del Estado. Mientras, en Pamplona, el próximo viernes empiezan a declarar ante el juez los responsables de la redacción de Skolae, el programa educativo elaborado por el Gobierno de Navarra para, entre otras cosas, intentar atajar ese deprimente panorama promoviendo una vivencia sana de la sexualidad. He ahí, de la manita, la caverna religiosa, política y judicial con las mafias del porno y de la trata.