no sabe cómo y cuándo se inició la costumbre. Si individual o grupalmente. Lo seguro es que la primera despedida de soltero de la cuadrilla, junto al poteo, al copeo y los momentos gastronómicos, incluyó la visita a un prostíbulo para rematar la noche. Esa primera vez los protagonistas no percibieron especial problema aunque algunos tenían novia, pero bueno, lo dicho, que sí, que vamos. El problema se planteó en la siguiente despedida. Uno de ellos ya estaba casado y esa circunstancia pesaba. Pero como todo se supera con buena voluntad, el casado, el que se casaba y los solteros volvieron a coronar la celebración como la vez anterior. Y así, para la tercera boda, el fin de fiesta ya era tradición. La visita al prostíbulo quedó recogida con toda claridad y sin complejos en el programa oficial. Desde entonces, las mujeres y novias saben y acatan y al parecer, no pasa nada. Al menos no se dice o no se nota aunque la cosa es para descolocar mucho. Esta no es una historia rijosa y rancia del primer franquismo, cuando ni mujeres ni novias se enterarían de las andanzas de sus parejas. Tampoco data de los locos ochenta, ni de los noventa. Es de ahora, una despedida de soltero con sus disfraces, su paseo vergonzante o su programa de actividades más o menos de riesgo más o menos lúdicas. La protagoniza una cuadrilla de aquí como habrá tantas. Treintañeros emparejados con treintañeras que soportan, consienten o se han insensibilizado ante la rutina. Me lo cuenta una amiga suya. Surge la conversación a cuenta de una exposición de Médicos del Mundo que se pregunta: ¿por qué los hombres consumen mujeres? Hay muchas respuestas y la exposición da cuenta de ellas. Está claro que sienten que tienen poder para hacerlo. ¿Quién les dice que no?