El otro día les confiaba que soy torpe para los procedimientos. Como al parecer continúo con el ataque de sinceridad mediática, les cuento que llevamos más de una semana en periodo de declaración del IVA trimestral, impuesto que tramito telemáticamente porque, aunque también poco dotada para rituales informáticos, reconozco la rapidez y la limpieza, me atrae el misterio de no atisbar presencia humana, vértigo que conjuro hablando a la pantalla, y me produce, aunque no siempre, la explosiva satisfacción de leer eso de su declaración se ha enviado correctamente. Cuando así, me autojaleo, me levanto y doy un paseíllo triunfal. ¿Voto por la máquina? Pues igual, el personal de ventanilla nunca me ha hecho sentir tal dominio, competencia semejante. Otras veces la felicidad no llega así, de esta manera, me atasco en cuestiones elementales y como puedo enrocarme y repetir lo mismo con idéntico y deprimente resultado, rara vez el ordenador reacciona ante la insistencia, lo que quiere decir que aún no aprende con las interacciones o que es más terco que yo, hago caso a la página y llamo a Tracasa, al soporte técnico, hermoso e incompleto sintagma, porque a mí me soporta también emocionalmente. Consta en sus archivos mi reiterado abandono a su pericia. Para realizar la última declaración he necesitado dos llamadas consecutivas. Itziar, que se ha hecho cargo de mí y mi nivel en ambas, me ha atendido con eficiencia y humor, porque la verdad, yo debía estar en la luna. No en esta ocasión, que no ha sido necesario, pero en otras intervenciones, tras la extenuación nerviosa, ha sido un placer dejar hacer y ver en pantalla cómo desde la distancia movían el cursor y dejaban expedito el camino a la tributación. A mí me encanta que me hagan las cosas fáciles. Es justo reconocerlo y agradecerlo.