l principio, frente a la metáfora de la guerra, Juan Luis Arsuaga y María Martinón propusieron otra alternativa, la del incendio, que no prosperó. Pena. Las palabras cambian el significado de los hechos y al revés. Limpiar y desinfectar son tareas reconocidas cuando las desempeña el Ejército, pero las limpiadoras no reciben un tratamiento igual. En este tiempo se ha calificado de héroes, por hacer o por no hacer, prácticamente a toda la población, lo que significa que si quitamos el denominador común nos quedamos igual y si lo mantenemos esto parece el universo Marvel. A la vez, crece el caudal de emoticonos y ternurismo kitsch en todos los formatos imaginables.

¿Mal? Bueno, entre otras cosas, la realidad va por otro lado y además, estos lenguajes difuminan el concepto de ciudadanía. Las personas mayores no se merecen cuidados porque los queramos o lo hayan dado todo (habrá quien sí, quien a medias y quien nada y además habrá quitado), no es una cuestión de merecimiento sino de derechos, de ciudadanía, como la que debiera afectar a niños y niñas sin posibilidades de mantener condiciones educativas y nutricionales mínimas por la precariedad de sus familias, la pobreza no es genética pero sí hereditaria.

Parar frenar al virus sumamos los esfuerzos de infinidad de personas y algunos colectivos imprescindibles, cada cual con tareas y mandatos diferentes. Antes, mejor que después, se conseguirá. Pero hacer de esto un esfuerzo colectivo y que de aquí surja algo mejor o simplemente bueno precisa contenidos que den coherencia e hilo conductor a las diversas, divergentes y antagónicas situaciones que se plantean, desde la enfermedad, la muerte, la soledad y las restricciones a los aplausos, canciones y buen rollo en los balcones, contenidos que respondan a las necesidades y carencias que ha diagnosticado la pandemia. Esos contenidos solo pueden ser derechos.