levamos el tiempo puesto. Vaya novedad, dirán. Pues sí, pero esa obviedad me asaltó con claridad envolvente cuando fui a vacunarme y volví a un espacio que no pisaba desde hacía décadas. En Maristas, en el pasillo de la entrada, ya no cuelgan las orlas donde buscábamos las fotos de los conocidos. Debajo de cada imagen, los nombres escritos conferían un aire de oficialidad, una especial consistencia a los retratados, como si sus vidas, tan cortas entonces, fueran de una densidad reseñable y por lo tanto atractivas. En fin, no hay nada como los marcos.

Los años también han hecho su efecto en el suelo. Juraría que la baldosa circular de la portería tampoco es la original, es más grande que la que me pareció enorme la primera vez que la vi, cuando acompañé a mi madre y a mi hermano para formalizar su matrícula. Asocio esa baldosa a Guerra y Paz, El Tulipán Negro, Los cañones de Navarone, Los Siete magníficos, El Puente sobre el río Kwai y Cincuenta días en Pekín. El patio, sin embargo, me pareció más pequeño. Cuando me vacunaron y me senté a esperar los quince minutos preceptivos, caí en la cuenta de que de haber sido otro el ambiente podíamos estar en un encuentro de quintas y quintos. Mira tú. Son de mi edad, pensé, ¿cuánto hace que no estoy en un grupo tan numeroso formado con este criterio? En silencio y la mayoría consultando el móvil, perdimos la oportunidad de hacernos esta y otras preguntas. ¿Quién odió los pantalones de cheviot o las faldas de cuadros? ¿Quién se desgañitó imitando a Ana y Johnny? ¿Quién vio Flowers o May B? ¿Quién empezaba el recorrido en tal o cual bar? ¿Dónde hemos podido coincidir antes? Aquel grupo efímero me ha activado una ternura nostálgica.