Hace ya una semana, lo sé, pero no había tenido ocasión de expresar el orgullo que sentí al estar junto a otras 10.000 personas en El Sadar viendo al equipo femenino de Osasuna. Las chavalas ganaron a sus contrincantes del Eibar en un partido intenso que les permite mantener las esperanzas de lograr la promoción a la máxima categoría del fútbol femenino. Todo ello es verdad, pero allá hubo más, mucho más.

Durante años siguiendo a mi chiquilla por muchos campos de fútbol de Navarra, me tocó escuchar de norte a sur de esta comunidad constantes gritos de ánimo y, para ser sincera, también palabras de desdén y pitorreos por parte de más de un machito que no paraba hasta que todos escuchábamos aquello de “que se vayan las chicas, que nosotros tenemos que jugar de verdad”. Con el tiempo, aquella estupidez de que el fútbol femenino ni es fútbol ni es femenino dejó de hacerme daño y el pasado domingo, viendo a todas las jugadoras en El Sadar, se me olvidó para siempre. Miles de nosotros gozamos de un verdadero encuentro y, como siempre creí, éste y el resto de deportes no son cosa de hombres sino de personas esforzadas e ilusionadas que dan lo mejor de sí. Espero que con el tiempo, en vez de un acontecimiento extraordinario, sea normal juntarnos por miles para apoyarlas, a ellas y a todas.