Hay un momento en Pamplona en el que tomamos conciencia de que a los Sanfermines les queda poco para asomar el morro. Estamos todos tan tranquilos y de repente se multiplican los acontecimientos: elección del cartel de fiestas, inicio del proceso para buscar protagonista del Chupinazo, publicación de los grupos musicales que actuarán en plazas y parques y de un tiempo a esta parte, cuando el calendario marca el quinto escalón, La Manada recobra parte de su indigno protagonismo.

En el largo peregrinar de esta causa, acabamos de saber que dos semanas antes del próximo 6 de julio, el Tribunal Supremo celebrará una vista para deliberar sobre los recursos presentados a la condena por abuso sexual a aquellos cinco hombres. Claro que antes de tener noticia de si la Justicia reconoce los terribles hechos de 2016 como una violación, los festejos han regresado a los barrios de la capital y a varios pueblos y, de nuevo, cientos y miles de padres y madres dejarán de dormir tranquilos hasta que sus hijas regresen a casa. Me vienen a la cabeza tres verdades: las fiestas, si te gustan, son fantásticas; la conciencia social contra las agresiones sexuales es firme y creciente y, sin embargo, el miedo no desaparece porque la violencia contra las mujeres continúa muy viva entre nosotros.