Hasta los más recalcitrantes teníamos claro que este año nos quedábamos sin Sanfermines porque su esencia y su estar minuto a minuto quedan en las antípodas de la prevención contra el COVID-19. No cabe concebir otra decisión que la que se ha tomado cuando la pandemia ha matado ya a más de 420 ciudadanos de Navarra (aunque, según estadísticas de mortandad, la cifra de fallecidos es muy superior) y las familias y amigos de estas personas están rotos de dolor por tanta muerte en soledad. Los mejores días del año para un buen número de pamploneses pierden contra el virus, contra la crisis que nos espera a la vuelta de la esquina y las terribles dificultades económicas que ya muchos encaran, contra la destrucción de cientos de negocios, la importante caída en la recaudación fiscal y, sobre todo, frente a la pelea por la vida que cada día se entabla en los hospitales. No debemos siquiera lamentarnos de la cancelación de las fiestas cuando vemos a los chavales intentando sacar el curso desde casa, a miles de niños hasta hoy encerrados en sus hogares, a familias enteras hacinadas en una habitación, a tanto anciano triste y solo, a muchas parejas decepcionadas tras anular sus bodas No había otra opción y, sin embargo, cómo imaginar un 6 de julio sin un txupinazo elevándose al cielo.