odos sabemos que la convivencia vecinal es una quimera, un sueño producto de la imaginación que se anhela o se persigue pese a su improbable realización. Las buenas gentes la pretenden y trabajan para alcanzarla, otras muchas la desean sin más y un porcentaje no pequeño de vecinos apuesta por el yo en mi casa hago lo que me sale de las narices y al que no le guste que se aguante. ¿Quién no se ha mosqueado hasta el infinito por los ruidos de los de enfrente o por las interminables obras del local de abajo y, acto seguido, ha dejado o ha visto una mancha en la escalera y ni tentación de limpiarla? Somos así, complicados, insolidarios, quejicas y muy nuestros. Luego están los copropietarios de un bloque de Lezkairu, cuyo administrador ha colgado un cartel en el portal señalando las quejas recibidas por fuertes olores a marihuana en zonas comunes y viviendas por lo que pide el “cese en el manejo de dicha sustancia”. Con la ley en la mano, el consumo en lugares privados (en tu hogar, por ejemplo) de maría está permitido. Es decir, en la calle o en un bar te pueden multar; en tu cuarto, no. Seguro que en muchas comunidades hay más que malestar por los terribles olores que salen de ciertas cocinas pero ahí se quedan, en simples enfados vecinales ¿En este caso ha de ser diferente?