magine que es elegido concejal y, cosas de la vida, se ve encabezando un área de responsabilidad municipal que le lleva a diseñar y ejecutar partidas de gasto para -a su entender y el de su gente- la mejora de la localidad. Hasta aquí, todo normal. En un momento dado, surge la idea de organizar uno de esos eventos que en teoría dejan huella y ponen a tu ciudad en el mapa, digamos un concurso de hípica. A la oposición del Ayuntamiento le parece pelín elitista, caro y un riesgo cierto de malograr el patrimonio histórico, pero la propuesta sigue adelante. Unos dicen que fue un éxito y otros, un asco. Hasta aquí, todo casi normal. Lo que no es ni medio normal es que, cuatro meses después del polémico torneo, los fosos de la Ciudadela estén hechos una ruina, con destrozos evidentes, restos amontonados de paja y estiércol... Más aún, resulta insólito que la concejala que impulso aquel certamen califique ahora la zona de "pradera inmunda", como si la cosa no fuera con ella, como si ese terreno asqueroso no fuera consecuencia de los cascos de los caballos. Peor todavía, aunque el trote de los equinos nada tuviera que ver con el actual barrizal, este entorno amurallado es de lo mejor que tiene Pamplona y el Consistorio debiera mimarlo y no desdeñarlo como al trapo que se usa y se tira.